El nombre de Lanaja es de origen árabe. En el siglo X, varias mesnadas de Abderramán III, vinieron en ayuda del rey de Zaragoza Abu Yahya, el mando de Nadja, antiguo esclavo que llegó a ser el primer general del Califato y murió en el fosos de Simancas en (939).
Una hipótesis es que se dio el nombre de Al Nadja a este poblado en honor a Umm Kuraish al Nadja, hermana del general Nadja, favorita de la esposa del califa.
Son importantes los restos de construcciones árabes como : la defensa, la atalaya denominada “Castillo de Montoro” y vivienda, son los restos del palacio-fortaleza llamada Mezquita, hoy la actual iglesia.
En este punto, la sierra de Alcubierre adquiere nombre propio. Para mejor decir, son ya dos sierras, la de Alcubierre y la de Lanaja.
Antes de acceder al casco urbano conviene enfilar el monte para situarnos junto a la ermita de San Sebastián. Junto a ella se alzan los lienzos del antiguo Castillo de Montoro, de origen musulmán, sobre el que cobra pábulo la leyenda. Es posible que el origen se encuentre en el propio escudo heráldico de la localidad, que se compone de cuatro cuarteles: los clásicos bastones de gules o barras de Aragón, un castillo con torreón almenado, el barranco de La Estiva (situado en la sierra de Alcubierre) y un toro. El Castillo de Montoro se alzó dominando la población y se comunicaba, dicen, con la antigua mezquita, a través de un túnel del que aún se conserva una parte. Y es creencia popular que en el monte hay enterrado un toro de oro. De ahí el nombre de la fortaleza. Pero nadie pudo dar nunca con él, pese a las excavaciones realizadas en ese sentido.
La leyenda nos dice que... un caballero cristiano se había enamorado de la bella hija del gobernador del castillo de Lanaja, cuando los aragoneses tomaron el fortín el caballero fue en busca de su amada encontrándola en la mezquita -actual iglesia parroquial-, la muchacha -que según algunos se llamaba Zoraida- huyó del bárbaro y se metió por un intrincado pasadizo que unía el templo con el castillo.
El caballero la encontró y ella desesperada acabó por convertirse en un toro enfurecido que le hizo huir. La familia de ella comenzó a buscarla por las galerías de aquel dédalo subterráneo hasta que dieron con el toro que no quiso embestirlos, sospechando el prodigio rogaron para que la niña dejara su forma de bestia y entonces el toro se convirtió en estatua de oro.
El toro de oro aún subyace en las entrañas najinas pues a pesar de las pesquisas emprendidas nadie ha conseguido dar con él: el miedo, las corrientes de aire que apagaban las velas... siempre impiden terminar la búsqueda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario